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Biografía de Alberto Sordi

Ocupaciones: Actor/Actriz
Nacido en: Roma
Murió en: Roma
Año de nacimiento: 1920
Año de su muerte: 2003
Actor italiano (Roma, 1920 - 2003). Alberto Sordi nació el 15 de junio de 1920 en el popular barrio del Trastevere de Roma. Fue el último de los cuatro hijos del profesor de música Pietro Sordi y la maestra Maria Righetti, romanos ilustrados y trabajadores que pasaron la vida en las aulas, por lo que durante sus primeros años quedaba al cuidado de sus hermanos, Savina, Aurelia y Giuseppe.
Ya desde muy pequeño Albertino demostró tales dotes vocales que su padre, a la sazón director de orquesta ocasional en el Teatro de la Ópera de Roma, encauzó sus pasos hacia el canto. A los diez años y hasta la prematura transformación de su voz cantó como soprano en el coro de la capilla Sixtina, y poco después comenzó a participar en las giras por Italia de la Piccola Compagnia del Teatrino delle Marionette.
Biografía de Alberto Sordi

Alberto Sordi
En 1931 ingresó en el Istituto d’Avviamento Commerciale Giulio Romano, pero intuía ya entonces que su vocación era el teatro y, a punto de terminar sus estudios, los abandonó para dedicarse al espectáculo. Luego, tras una primera experiencia en 1936 con la discográfica Fonit, en la que grabó un disco con cuentos infantiles, acudió a una academia comercial privada y, más para contento de sus padres que para el suyo propio, consiguió su diploma. Tras este acto de buena voluntad, se fue a Milán e ingresó en la Accademia dei Filodrammatici, pero su «mala dicción» -el fuerte acento romano- le supuso una pronta expulsión.
La afamada Accademia lamentaría este episodio, y casi setenta años después, en 1999, quiso resarcir su error otorgándole un doctorado honoris causa. Aquel primer fracaso, lejos de desalentarlo, lo impulsó a hacer del supuesto «defecto» una virtud, y convirtió esa manera de hablar en el eje de su comicidad.
Doblador, figurante, cómico y radiofonista
De nuevo en Roma ganó un concurso de la Metro Goldwyn Mayer como doblador de Oliver Hardy y el doblaje fue una de sus salidas económicas más recurrentes durante la siguiente década, en que puso voz a otros actores -Robert Mitchum, Victor Mature, Anthony Quinn-, incluso italianos, como la de un primerizo Marcello Mastroianni, aparte de muchos «característicos» en un sinfín de películas rodadas en Cinecittà. Todavía en 1937, debutó como imitador de Ollio (el nombre italiano de Oliver Hardy) con el seudónimo de Albert Odisor y obtuvo sus primeros contratos en el cine como figurante en las películas Escipión el africano (1937), de Carmine Gallone, e Il feroce Saladino (1937), de Mario Bonnard. Y al año siguiente «matizó» su actividad como boy de revista en la compañía Riccioli Primavera.
Fue el teatro de revista, ya como presentador y actor cómico, el que le daría por aquellos años las mayores satisfacciones y no el cine, ya con breves papeles en una serie de películas (La principessa Tarakanova, 1938; La notte delle beffe, 1940; Cuori nella tormenta, 1941; Le signorine della villa accanto, 1942), ya como coprotagonista en I tre acquilotti (1942), de Mario Mattoli.
En esos años tan convulsos y de tantos cambios -el servicio militar, la muerte de su padre en 1941, el traslado de la familia al centro histórico de la ciudad, la guerra...-, el teatro ligero constituyó su gran salida, y más aún tras la liberación de Roma, en que dio un giro hacia la sátira política con Imputati… alziamoci!, de Michele Galdieri, y su nombre apareció por primera vez en letras grandes en los carteles del espectáculo.
En 1947 debutó en la radio en programas de variedades como Rosso e nero y Oplà y con su primer personaje, «Il Signor dice», un prototipo perfecto del italiano visto desde la ironía que puso de manifiesto su agudísima capacidad de percepción, obtuvo unos altos índices de audiencia que aumentaron con nuevas creaciones durante los años siguientes -«Mario Pio», «Il compagnuccio della parocchietta», «Il conte Claro»-, que le valieron la Maschera d’Argento al mejor actor radiofónico en 1949 y 1950, y un programa propio, Il teatrino di Alberto Sordi (1951), amén de una popularidad tal que convirtió también en éxitos de venta una serie de discos con canciones escritas y cantadas por él como Nonnetta, Il carcerato, Il gatto, Il milionario, entre otras.
Un descubrimiento tardío: el cine
Cuando el cine por fin le abrió su puerta grande, dirigido por Fellini, De Sica, Franco Rossi, Luigi Zampa, Dino Risi, Mario Monicelli, Antonio Pietrangeli, Nanni Loy, Francesco Rossi, Alberto Lattuada, Luigi Comencini, Mauro Bolognini o Ettore Scola, sus trabajos gozaron del favor de la crítica más seria. Películas como Un héroe de nuestro tiempo (1955), La Gran Guerra (1959), El juicio universal (1961), Todos a casa (1962), Vida difícil (1962), El especulador (1963), Las brujas (1966), Un italiano en América (1967), El poder no perdona (1969), Lo scopone scientifico (1972), Polvere di stelle (1973) o Un burgués pequeño, muy pequeño (1976) renovaron una y otra vez su éxito como actor y su aportación a la comedia italiana.

Sordi en Un americano en Roma (1954)
Desde 1966, además, amplió su labor cinematográfica a la realización. Tras la buena acogida de su ópera prima, Un italiano en Londres (1966), Sordi dirigió dieciocho filmes, todos protagonizados por él, entre otros algunos de gran calado en la crítica o el público como Io so che tu sai che io so (1982), Il tassinaro (1983), Nestore. L’ultima corsa (1994) y Encuentros prohibidos (1998), una comedia de enredo sentimental entre un octogenario y una treintañera (Valeria Marini) que presentó en el Festival de San Sebastián de 1999, donde fue homenajeado, y que sería su última película.
El personaje privado
Sordi nunca dejó traslucir nada de su vida privada. Nunca se casó. Nunca se le conoció una relación sentimental. El apego a su madre le valió el apelativo de Mamone, pero los años lo convirtieron en un símbolo y a la larga pesó más el cariñoso Albertone con que lo obsequiaron sus compatriotas que las habladurías inconducentes. Tras la muerte de su madre en 1951, la afición a la familia continuó como siempre, y sus hermanos pasaron toda la vida a su lado.
Los últimos meses, enfermo, los pasó al cuidado de su hermana Aurelia, prácticamente postrado en su residencia de la Piazza Numa Pompilio, junto a la Via Appia, donde murió aquejado de una enfermedad broncopulmonar. La capilla ardiente, instalada en la sala Giulio Cesare del Campidoglio, sede del ayuntamiento romano, por la que pasaron unas sesenta mil personas, y el funeral en la basílica de San Juan de Letrán, transmitido en directo por la RAI, confirieron la pompa adecuada a los grandes personajes. Sordi lo fue sin duda alguna, como Fellini, Mastroianni o Gassman, que lo precedieron en su partida.
El arquetipo del italiano medio
Creador de un insuperable arquetipo del italiano medio a lo largo de una filmografía que suma cerca de doscientas películas, guionista de algunos de sus títulos y director de una veintena de ellos, Alberto Sordi era el Actor en mayúsculas, que tocó todos los registros a lo largo de una trayectoria profesional que abarca más de seis décadas.

Sordi se las arregló para hacerse popular desde muy joven, y nunca perdió ese privilegio, pero hubo un tiempo, entre mediados de la década de los cincuenta y fines de la siguiente, en que tocó el cielo con las manos. Su tardío descubrimiento para el cine -lo merodeaba desde hacía una eternidad y ya había entrado en la treintena- se produjo después de haber incursionado en casi todas las facetas del oficio y gracias a su amistad con Vittorio de Sica, con quien en 1950 fundó la productora PFC (Produzione Film Comici) con el primer cometido de trasladar a la pantalla un exitoso personaje radiofónico creado por él.
La película (Mamma mia, che impressione!, 1950), sin embargo, no cubrió las expectativas, pero ahí estaba un joven Federico Fellini para darle el espaldarazo necesario con dos títulos consecutivos El jeque blanco (1952) y Los inútiles (1953), que para el actor se tradujeron en una inmediata popularidad y una actividad intensísima.
En 1954, por ejemplo, se estrenaron trece películas protagonizadas por él, y al año siguiente otras ocho. Entre ellas Un americano en Roma (1954), de Steno, que amplió su fama al extranjero y propició que el presidente Harry Truman, en agradecimiento por la buena propaganda que hacía de Estados Unidos en el filme, lo invitara a Kansas City, le hiciera entrega de las llaves de la ciudad y lo nombrara gobernador a título honorífico.
Desde entonces hasta que fue alcalde honorario de Roma por un día, el de su ochenta cumpleaños en junio de 2000, obtuvo numerosos reconocimientos -cuatro Nastro d’Argento, un Globo de Oro, un Oso de Plata, siete David di Donatello, la Legión de Honor en Cannes, el León de Oro de Venecia por toda su carrera...- y otros tantos homenajes, pero fue dos años después, en 2002, cuando el actor aseguró haber recibido el mejor regalo de su vida al saber que había entrado en las escuelas y los institutos de su país la serie de 36 episodios sobre los vicios y defectos de los italianos que realizó entre 1980 y 1987 para la RAI, Storia di un italiano: el collage de secuencias extraídas de sus propias películas constituye una crónica fidelísima de los valores y las costumbres del italiano medio a lo largo del siglo XX


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